viernes, 17 de marzo de 2017

La rebelión de Aponte

Traspasa los límites de una sublevación de esclavos para ampliarse con las dimensiones precursoras de la revolución patriótica y nacional

En aquella época Peñas Altas colindaba con un bosque comunal que era escenario de una batalla legal entre los campesinos del lugar (criollos blancos y negros libres) y el propietario del ingenio, pues los primeros acarreaban madera del realengo y hacían pastar su ganado en él, que el hacendado usaba para abastecer de leña su fábrica de azúcar. El sacarócrata pretendía reservar la arboleda para su uso exclusivo y prohibir el paso de los residentes locales por su propiedad, lo último con el pretexto de que el tránsito de lugareños “excitaba a los negros esclavos de su dotación’’.

Tal vez por este litigio José Antonio Aponte y sus seguidores escogieron el lugar para iniciar
la rebelión en el occidente del país, pues sus excursiones a la hacienda y su visita a los barracones eran difíciles de detectar por el dueño y sus mayorales, ante tanta circulación de hombres libres por el lugar. Por otra parte, el campesinado de la zona no iba a reportar a las autoridades la presencia de extraños en medio de una querella con el influyente hacendado.

El 14 de marzo de 1812 –hace 205 años–, Juan Barbier y Juan Bautista Lisundia, entre otros seguidores de Aponte, reclutaron a esclavos para que se unieran a la sublevación. Semanas después, ante las autoridades coloniales, el esclavo Baltasar declaró que Barbier encomendó a dos esclavos para que impidieran que los blancos pudieran dar la alarma con la campana del ingenio. Durante la rebelión, los esclavos mataron al maestro de azúcar, a sus dos hijos y a dos mayorales. Después quemaron la hacienda y Lisundia convocó a los sublevados a dirigirse a las fincas vecinas.

Desde la noche del 15 de marzo, los esclavos y algunos criollos libres que estaban involucrados en la conspiración atacaron las propiedades cercanas. En la hacienda Trinidad, los sublevados mataron al mayoral y a toda su familia. Una indiscreción, tal vez una delación, puso en aviso a las autoridades, y destacamentos del Ejército español y la milicia local reprimieron cruelmente la rebelión. Barbier y Lisundia, a caballo, encabezando a una gran masa de esclavos, atacaron la hacienda Santa Ana, pero el Ejército y la milicia, reforzados con ciudadanos armados de las cercanías, repelieron el ataque. Los sublevados se dispersaron.

En la ciudad de La Habana los conjurados ultimaban los preparativos para extender la rebelión. La casa de José Antonio Aponte era el centro de la conspiración; la taberna del negro libre Clemente Chacón, integrante de la milicia local, también sirvió como punto clave de reunión. Según lo convenido, luego de que se quemaran las haciendas y se liberaran a los esclavos, se dirigiría un ataque a las fortalezas de La Habana.

El primer objetivo sería el Castillo de Atarés, cuyo asalto lo encabezaría Clemente Chacón, para controlar la entrada sur de la urbe. Salvador Ternero, con experiencia en la milicia de pardos y morenos, comandaría el ataque al cuartel de Dragones, los también milicianos y negros libres Pilar Borrego y José Sengiga, la toma del cuartel de artillería. Muchos de los implicados, en los interrogatorios realizados tras el fracaso de la rebelión, confesaron que Aponte planeaba repartir las armas que ocuparían en las fortalezas a los negros y mulatos libres y a las masas de esclavos.

El fracaso de la sublevación de Peñas Altas trastornó el curso de la rebelión. Las revelaciones arrancadas por las torturas a los rebeldes tomados como prisioneros condujeron al arresto de Aponte y sus colaboradores.

Una nacionalidad que nace

El origen y desarrollo de la nacionalidad cubana se formó a partir de tres importantes troncos: el aborigen, el español y el africano. Decimos troncos y no culturas, porque hablar de una cultura española o una cultura africana, sería más que un eufemismo. Los peninsulares que llegaron a Cuba entre los siglos XV y XVIII no eran españoles, como pudiéramos decir tal vez hoy día, sino mayormente andaluces, asturianos y canarios, con una pertenencia étnica muy definida, pero sin un concepto de nacionalidad. Inmigración mayoritariamente masculina, se mezcló con los habitantes originarios de Cuba (de acuerdo con algunos autores el genocidio con los aborígenes fue esencialmente con la población masculina).

Todavía entre los africanos las diferencias entre los grupos étnicos es mucho más marcada. Los bantúes o congos –más de la tercera parte de los esclavos traídos a la Isla– son tan disímiles de los carabalíes como estas dos etnias de la yoruba o lucumí. Dentro del barracón se desarrolló un proceso de transculturación similar a los de las etnias ibéricas entre sí y con la aborigen. El ser nuevo, al que llamaremos criollo, se sintió cada vez más alejado de España y de África, a la vez que cada día se identificó más y más con esta tierra, con sus sabanas y palmares, con sus cañaverales y vegas.

Cuando el criollo empezó a engendrar su comunidad de cultura propia, comenzó a convertirse en cubano. Fue un largo proceso, desde la insurrección contra Suárez de Poego, a inicios del siglo XVII, y la publicación de Espejo de paciencia, la rebelión de los vegueros (siglo XVIII), la resistencia habanera contra la invasión inglesa, simbolizada en uno de nuestros primeros héroes, Pepe Antonio, y el surgimiento de un pensamiento reformista (Arango y Parreño), que aún no se atreve a renunciar a la españolidad, pero en el que se aprecia una identidad territorial, hasta la guerra del 68.

Las primeras conspiraciones independentistas

Ya a inicios del siglo XIX, bajo el influjo de las revoluciones haitiana y norteamericana, y de las luchas por la independencia de las colonias españolas en América, surgieron entre algunos criollos ideales independentistas. Las autoridades coloniales detectaron en 1810 una conspiración de esa tendencia ideológica, dirigida por Román de la Luz y Luis Francisco Bassave.

De la Luz era abogado, dueño del ingenio Espíritu Santo. Bassave, un joven capitán de carabineros, tenía amplias simpatías entre los habitantes de los barrios pobres habaneros y captó para el movimiento a prominentes miembros de la milicia de Pardos y Morenos, como los sargentos Ramón Espinosa y José González, y los cabos Buenaventura Cervantes y José Antonio Aponte. De la Luz y Bassave, junto al abogado bayamés Joaquín de Infante, autor posteriormente del primer proyecto de Carta Magna para una Cuba independiente, conocido como Constitución de Infante, habían estampado sus firmas en la protesta ante el ayuntamiento habanero, en octubre de 1809, frente a ciertas disposiciones del capitán general, marqués de Someruelos.

En los informes enviados por Someruelos a Madrid (octubre-diciembre de 1810) se incluía una causa formada a De la Luz, Infante y Bassave por francmasonería e intento de sublevación. Según estos documentos, el alzamiento estaba previsto para el 7 de octubre de 1810, pero por una delación muchos involucrados fueron detenidos y luego, condenados a largas penas de prisión. Solo lograron escapar unos pocos, entre ellos Infante.

Aponte, a pesar de ser uno de los más eficaces colaboradores del capitán Bassave, supo eludir las investigaciones policiales. Junto a los sobrevivientes de la Conspiración de 1810 prosiguió con los planes insurreccionales. Para ello sostuvo varias entrevistas con Hilario Herrera, el Inglés, una especie de enlace entre los complotados habaneros y los de Camagüey.

El 15 de enero de1812 se sublevaron las dotaciones de esclavos de cinco haciendas cercanas a Puerto Príncipe. Se movilizaron para neutralizar a los rebeldes la milicia local y el Ejército. Días después, en la plaza central de la ciudad fueron ahorcados ocho insurgentes. En total ejecutaron a 14. Una delación entregó la conspiración de Bayamo, proyectada para la noche del 7 de febrero de ese mismo año. Cinco hombres y una mujer resultaron sentenciados a muerte, luego sus miembros amputados se exhibieron en lugares públicos. En Holguín se arrestó a medio centenar de personas. Solo ejecutaron a una de ellas, el esclavo congo Juan Nepomuceno.

Vigencia

El 7 de abril de 1812, sin juicio previo, fueron condenados a muerte José Antonio Aponte, Salvador Ternero, Clemente Chacón, Juan Bautista Lisundia, Juan Barbier y Estanislao Aguilar, todos negros libres; y tres esclavos del ingenio Peñas Altas: Esteban, Tomás y Joaquín. Dos días más tarde todos ellos murieron en la horca. En una jaula de hierro, se puso en exhibición la cabeza del primero donde en la actualidad se cruzan las calles Belascoaín y Carlos III.

Debemos valorar objetivamente a Aponte. Soñó con una patria independiente y de hombres libres, pero en la Cuba de su época apenas existían los cubanos. Los criollos blancos, negros y mulatos comenzaban a transformarse pero aún no lo eran. Y la población de la Isla procedía mayoritariamente de España y África, en el caso de la última, recién llegada del continente, arrastrando antagónicas contradicciones interétnicas y sin sentido de pertenencia aún a esta tierra nuestra.

Semejante escollo hallarían las posteriores conspiraciones de Rayos y soles de Bolívar, del Águila Negra, de Frasquito Agüero y el movimiento de Joaquín de Agüero e Isidoro Armenteros. Hasta 1868 que en Cuba, al menos en su parte oriental, desde Júcaro hasta Maisí, los criollos y los descendientes de emigrantes, devenidos cubanos blancos, mulatos y negros, eran mayoría.

Durante años la historiografía colonialista española se dedicó a denigrar a Aponte. El escritor Francisco Calcagno solía describirlo como un hombre bárbaro que intentaba aniquilar la población blanca e instaurar un imperio negro, a imagen y semejanza de la revolución haitiana. En la historiografía republicana hasta 1959, por lo general, se limitó a considerarse su arista abolicionista.

Solo el ensayista Elías Entralgo lo ubicó en su justo sitio: “Él tejió e hiló; y aplicando sus artes de carpintero, procuró machimbrar el tejido con el hilado… El hilo comenzaba en su propia casa del extramureño barrio habanero de Guadalupe, y de ahí iba a San Antonio de los Baños, Alquízar y Güira de Melena, volvía a la residencia del hilador, y pasaba del barrio de la Salud al de Jesús María, a la Plaza de Santo Cristo, a la Punta, a la Plaza de Armas, a la Alameda de Paula y al muelle de Luz: atravesaba la bahía y continuaba su trayectoria con más vigor por Casablanca, Guanabacoa y sus barrios rurales –Bacuranao, Guanabo–, por Jaruco, Río Blanco del Norte y Aguacate; se prolongaba por algunas importantes fincas del Departamento Central, se dilataba a Holguín, Bayamo, Santiago de Cuba y llegaba hasta Baracoa […].

“Lo más admirable de esta conspiración fue su poder aglutinante […] confundió a los negros esclavos con los libres. Acercó los mulatos a los negros. Sacó de sus casillas a los chinos. Contó con los blancos como dirigidos y como dirigentes. Infiltró entusiasmo político y calidez de inquietud en las mujeres. Congregó a individuos de los más diversos oficios. Zapateros, caleseros, macheteros, carboneros, bagaceros, talabarteros, cargadores de cañas, bueyeros, carpinteros, campaneros”.

Razón tiene Entralgo en que lo trascendente de la conspiración de Aponte es que traspasa los límites de una simple rebelión de esclavos “para ampliarse con las dimensiones precursoras de la revolución patriótica y nacional”. Justo cuando en el continente resonaban ambientes independentistas.

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Fuentes consultadas

Los libros La conspiración de Aponte y Las conspiraciones de 1810 y 1812, de José Luciano Franco; La rebelión de Aponte de 1812 en Cuba y la lucha contra la esclavitud atlántica, de Matt D. Childs, y La liberación étnica cubana, de Elías Entralgo

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